“Bien podía ocurrir que
todos los libros de historia
fueran una pura
fantasía.”
Publicada en
1949, la última novela de George Orwell, seudónimo de Eric Arthur Blair, aún
hoy da de que hablar. En efecto, la estética gris y decadente de la sociedad
retratada bajo el yugo del Ingsoc, las consideraciones en torno a la ubicuidad
de la figura del Gran Hermano, el terror
psicológico y la dominación intelectual y discursiva que la novela retrata aún
son tema de debate y de larga difusión a lo largo de la producción cultural contemporánea.
Las vicisitudes que atraviesa
Winston Smith, un miembro menor de la compleja estructura de poderes retratada
en 1984, y las reflexiones en torno a
la libertad y la esencia humana que se despiertan en su diezmada mente por la
ginebra y el trabajo exhaustivo, son uno de los aspectos más importantes de la
novela de Orwell. En un lugar donde el control sobre el individuo es casi absoluto y el poseer y registrar los pensamientos en un diario es considerado
un crimen ideológico, las consideraciones en torno al poder estatal, la
libertad del individuo, el derecho al amor y la compasión son factores a
considerar.
1984
es el testimonio final de un narrador joven, acabado en un lecho por una
terrible tuberculosis, y que registró mucho tiempo antes e inspirado por la
Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial, fenómenos aún hoy vigentes y
sobre los que valdría la pena volver el punto de consideración. 1984 es una excelente novela, llena de
angustiosas descripciones sobre la privación de la libertad, el carácter humano
y el terror que lo homogeniza. Una asombrosa narración que no podría ubicarse
en el terreno de la ciencia ficción aunque su influencia en este género es
evidente, tanto así que se ha convertido en un bastión sobre el que se apoya
gran parte de la producción de ficción científica sucedánea.